Por GUSTAVO FILLOL – Ex ESPN
Hay un culpable de que México nunca haya superado los Octavos de Final en un Mundial, y no son los jugadores, ni los técnicos, ni los dirigentes.
¿Cuál es la diferencia entre México y las dos máximas potencias del fútbol en América?
La pasión por el fútbol en Brasil, Argentina y México es similar. Es el deporte número uno en los tres países, sin otro que se le acerque. Jugar en la Selección y ser campeón del mundo es el sueño de cualquier niño en los tres países, y cabe pensar que una proporción igual de niños en los tres países pasa su infancia con un balón.
Digo “proporción”, porque la cantidad de niños que se inician en este deporte será proporcional a la cantidad de habitantes de cada una de estas tres naciones.
La más poblada es Brasil, con más de 210 millones de habitantes. La sigue México, con alrededor de 130 millones, y luego Argentina, con 45 millones.
A grandes rasgos podríamos decir que Brasil tiene una cantera el doble de grande que la mexicana, que a su vez es el doble de grande que la argentina, la cual es menos de un cuarto de la brasileña.
Brasil entonces debería ser dos veces mejor que México, que debería ser dos veces mejor que Argentina, que debería ser cuatro veces peor que Brasil.
¿Por qué no se respetan estos guarismos?
Empecemos por Sudamérica.
Geográfica y políticamente, Brasil y Argentina han sido históricamente las dos potencias del Hemisferio Sur en el continente americano. Se disputaron territorios, de lo cual Uruguay es el ejemplo más destacado, y se enfrentaron en cruentas guerras.
Esa rivalidad sangrienta del Siglo XIX se trasladó al fútbol en el Siglo XX, y se materializó en dos estilos: el fútbol de playa y el fútbol de potrero.
Aquí Brasil sacó la segunda gran ventaja. Además de contar con una población cuatro veces mayor, gestó su fútbol en la playa: el terreno más difícil, más exigente para la práctica de este deporte.
Jugar en la arena desarrolla un estado físico extraordinario, y una habilidad en las piernas imposible de igualar. Por eso el fútbol brasileño no puede compararse con el del resto del planeta; porque ningún otro país tiene tanta gente jugando todo el día a la pelota en una extensión tan inacabable de playas.
Los brasileños no juegan en la arena mojada, al lado del agua. Juegan en la arena seca, esa que hace imposible correr porque se hunden los pies, esa que hace imposible dar un pase porque se hunde la pelota. El balón no pica en la arena seca: se entierra. Lo cual lleva a los brasileños a desarrollar una capacidad única en el mundo: la de jugar sin que la pelota toque el piso.
Lo que nos sorprende, lo que nos deja pasmados a los argentinos, cuando nos trenzamos en un duelo contra locales en alguna playa de Río de Janeiro, es que ellos juegan a cinco centímetros del piso, mientras nosotros rezongamos porque los envíos rodados por la arena nunca llegan a destino.
Con un semillero que no alcanza un cuarto del tamaño del brasileño, y sin esa habilidad inconmensurable que da el fútbol playero, Argentina no debería poder competir jamás con Brasil. Y sin embargo, la selección a la que Brasil nunca quiere enfrentarse en situaciones decisivas es la de su vecino del sur.
¿Por qué?
Porque la playa encontró un rival a su medida en el potrero.
El fútbol de potrero no desarrolla las habilidades del playero, pero tiene una característica particular: duele.
El potrero no es la foto de la pastura verde en la pampa húmeda. Eso es territorio de las vacas.
El potrero es tierra y piedras. Es una nube de polvo alrededor de una pelota marrón descosida.
A diferencia de la arena, las caídas en el potrero duelen, lastiman.
El arquero en la arena se divierte. En el potrero sufre.
Tirarte a barrer en la arena te entretiene. En el potrero te arranca la piel.
En la arena se trata de quién maneja la redonda con más habilidad. En el potrero se trata de quién traba más fuerte.
Y así el argentino logró armar un fútbol no tan vistoso ni tan apabullante como el brasilero, pero capaz de marcar su territorio, de defender la frontera, como la defendían los soldados de la Confederación ante las arremetidas del Imperio.
El futbolista argentino tuvo que inventarse, crearse a sí mismo, con un estilo de juego que pudiera contrarrestar la espectacularidad brasileña. Y encontró su lugar.
Respondió al ataque con defensa, a la habilidad con garra, al floreo con pierna fuerte.
Y aquí viene lo más importante: cuando salió a competir con el resto el mundo, al argentino le pareció un juego de niños. Cualquier rival es un chiste, cuando te preparaste toda tu vida para chocar con Brasil. Esa es la razón por la cual, ni bien comenzaron a viajar a Europa, los argentinos brillaron en cualquier liga.
Hoy, el jugador argentino nace con una sola idea en la cabeza: ganarle a Brasil. Y se mide todos los años con los mejores equipos brasileños en la Copa Libertadores, y como selección se cruza en las Eliminatorias y la Copa América.
Esa obsesión con Brasil mantiene al argentino siempre al máximo de sus posibilidades, porque sabe que si afloja un segundo, si se deja estar medio minuto, se come un baile de caderas danzantes en Copacabana.
¿Y cómo nos lleva esto a México?
Ya va. Falta un poquito.
Antes de ir a México, cabe remarcar que Brasil también mejora gracias a su rivalidad con Argentina. Brasil aprendió que para competir con la albiceleste tiene que ponerse serio. No alcanza con canchereadas y sucundúm.
Conclusión: Brasil y Argentina se afilan mutuamente, cada día, cada año, cada generación, como el hierro afila al hierro.
Siguiente conclusión: ¿quién tiene la culpa de lo que pasa con el fútbol mexicano?
Exactamente: Estados Unidos.
Estados Unidos tendría que ser, tendría que haber sido siempre, lo que es Brasil para Argentina: ese gigante del norte que lo obliga a superarse.
Con sus más de 330 millones de habitantes, casi el triple de México y un 50 por ciento más que Brasil, Estados Unidos debería ser la máxima potencia mundial del fútbol. Pero es la máxima potencia en fútbol americano, en béisbol y en básquet. No en fútbol, porque, como todos sabemos, no les interesa. O por lo menos les interesa menos que la NFL, MLB, NBA y quizás incluso el hockey sobre hielo de la NHL.
Entonces México tiene las mismas condiciones que Brasil y Argentina para ser una gran potencia y ganar Mundiales, pero le falta un elemento fundamental: un hierro contra el cual afilarse.
En estas últimas décadas está empezando a surgir una rivalidad especial con Argentina, pero eso no va a alcanzar, porque los equipos mexicanos no se cruzan con los argentinos en un torneo anual, y tampoco las selecciones. México se mide regularmente con sus vecinos de Centro y Norteamérica, de donde todavía no ha surgido un contendiente de peso en fútbol.
El mundo está esperando, desde que tengo memoria, que el gigante despierte y Estados Unidos adquiera el dominio del fútbol internacional. Si eso llegara a ocurrir algún día, entonces Estados Unidos podría transformarse en lo que es hoy Brasil, y México podría convertirse en lo que es hoy Argentina.